martes, 25 de mayo de 2010

Cuando mirar adelante duele más que mirar atrás...

Sentía la necesidad de escribir algo para despedirme. Comencé este blog en Agosto de 2009, cuando mis “siete horas a lo lejos”, se referían las que me separaban de mi casa. Pero el significado cambia ahora, pues pasarán en breve a referirse a los siete husos horarios que me separarán de este ficticio y feliz mundo en el que pasé los diez últimos meses.

A lo largo de esta vida, me di cuenta de que los lugares no son nada sin las personas. Hasta una ciudad tan poco encantadora como Monterrey puede quedar grabada en tus retinas como algo bello, si tuviste la oportunidad de compartirla con la gente adecuada.

Aquí se queda una parte de lo que me ha hecho ser como soy. El espíritu de todas las personas con las que me crucé a lo largo de diez meses, y que, de una forma u otra, con mayor o menor peso, e incluso sin consciencia alguna de ello, aportaron su granito de arena, bueno o malo, en mi historia. De lo bueno disfrutamos, y de lo malo aprendimos, al menos yo, en gran medida.

Las primeras noches en el sofá de lo que recuerdo como la casa más calurosa del mundo, cuyos diez minutos al TEC “se superaban fácilmente”; el primer sábado con 8 horas de clase; las compras de fin de semana en EEUU; la hora de los viernes que queríamos dedicar a quejarnos; el primer día de torito, y los siguientes; el cambio de planes hacia direcciones insospechadas; los paseos por Puebla; la gran muestra de cultura mexicana de aquel finde en Cuernavaca; una tarta de walmart; la manera de colarnos en el Dubai; el primer taco en Tacos Félix; la instauración del gocheo como actividad principal de este intercambio, lo cual incluyó un millón de tacos de todos los puestos de los alrededores y unos novecientos cafés del Oxxo y Seven, la mitad de ellos gratuitos y consumidos en el interior de la tienda; unas cuantas horas de gimnasio; aquel café con galletas tiradas en el suelo en medio del parque; unos cuantos abrazos de dolor; una tarta de limón de Starbucks abandonada; la maleta de Raúl con unas mil salsas y chiles distintos…y un bolso de Zara en la de Eva; degustaciones en ExpoTEC; un usb perdido en el Bao que nunca recuperé (mañana se lo traigo, amiga); millón y medio de intentos de timo (fallidos, espero) por parte de los taxistas (que derivaron en mi escasa confianza y tolerancia en este gremio); la incansable alarma del coche en Cuatrociénegas; una hora de metro en DF para llegar a Gamonal; un descenso por la calle Lombard; mucho dinero invertido en Outlets; paseos por el Paseo de la Fama como si de Reyes Católicos se tratara; la búsqueda ininteligible del “Wall Disney Concert Hall”; unas vacaciones ansiadas en la vieja (y adorable) Europa; días de retorno, cambios de casa, nuevas fiestas, partidos de baloncesto que nunca jugué; la incipiente y luego preocupante adicción al facebook; el atardecer desde aquel restaurante de Puerto Vallarta; las semanas en que las fiestas se convirtieron en actividad principal y la clase del miércoles de seis a nueve, en una lucha interna por permanecer despierta (ya no atenta); el equipo tsunami; las noches de cabaña; el viworowa del mercado negro; el perro mascota durante dos horas; la tarta de cumpleaños de las 12 de la noche; el zumo de naranja de Bellas Artes; la imposibilidad de caminar por NYC con toda el agua que llevábamos encima; la maldición de los paraguas; la siesta en Central Park; el pastel de dulce de leche argentino en casa de Tafi; el regreso con Peter Pan; la tortilla y panes dulces para desayunar en Pachuca; la mariposa de Xochimilco; las excusas para faltar al trabajo; un paseo por Guanajuato; la interesante procesión de San Luís Potosí; la sucesión de nuevos ocupantes del salón de mi nueva casa; la carne asada bajo la lluvia; las tlayudas caseras; las interminables escaleras de Hierveelagua; una primera paella entre amigos; los chilaquiles después de clase; las risas; las fiestas; las comidas, cenas, tapiocas, películas, chocolates, miradas, bailes, abrazos y deseos compartidos con todas esas personas con las que tuve en común el tiempo y el espacio, una manera de ver la vida, unos miedos, inquietudes y dudas, admiraciones, sueños, titubeos y equivocaciones.

Todos vosotros sabéis quiénes sois, quiénes aportasteis algo en la construcción de este recuerdo imborrable, que pronto se verá empañado, engrandecido e idolatrado, de modo que lo real y lo ideal no podrán ser diferenciados.

A mis diez compañeros de piso diferentes, y algunos más eventuales, por dar color a la vida casera; a mis primos y los niños por recordarme que la distancia no es más fuerte que la sangre; a aquellos que han sido y seguirán siendo amigos de los de verdad aún con el paso del tiempo; a los que simplemente compartieron una risa conmigo; a quien compartió una vida que se acabó aquí pero que nunca se acabará en el recuerdo; a quienes, por circunstancias, fue difícil llegar a conocer mejor; y por supuesto a los que permanecieron en Europa enviando un apoyo mayor de lo que ninguno es consciente: deciros que dejar este lugar atrás no me costaría tanto si no sintiera que os pierdo. Sois vosotros los que de verdad valéis lo que viví. El contenido de estos meses, y lo que recordaré cada vez que escuche “México en la piel”.

Mi tiempo aquí termina de la misma forma que empezó: sola y dejando una parte de mi corazón al otro lado del océano. Gracias.

2 comentarios:

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  2. No lo había leído hasta ahora, pero me ha encantado, me ha puesto los pelos de punta recordando muchos de aquellos grandes e inolvidables recuerdos. Besos

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